miércoles, 19 de mayo de 2010

Un caramelo amargo




Hace más de media hora que he abierto el kiosco y me dispongo a pasar otras once horas y media, con dos horas de por medio para comer, en este cubículo de un paso de ancho y largo sin baño ni posibilidad de fumar - ni siquiera uno de esos cigarrillos de templar los nervios -, por veinte euros asquerosos al día, sin dar de alta y con la jefa llamando cada veinte minutos para preguntar qué tal van las ventas. Su sola presencia me pone furiosa y triste, porque su actitud de severa pero amantísima madre poco o nada casa con la usura que practica. Peseteraaaa... Como decía son más de las ocho y media de la mañana de un sábado y solo he vendido cuatro cigarrillos sueltos, lo cual, por cierto, es ilegal: dos a un hombre con un hueco oscuro donde en su momento hubo de tener los incisivos superiores y dos a una mujer con evidente disminución psíquica. Un euro de ventas. Además a esta hora un sábado no pasa un alma. He contado unos ocho - nueve con la señora de negro que acaba de pasar de largo caminando con dificultad - clientes potenciales, si es que se puede llamar así a cualquier transeúnte al alcance de mi vista, todos con más de sesenta años, excepto una mujer con el uniforme de los conductores de autobús, que caminaba como si llevase cierta prisa. Vaya, mirando la caja veo que es realmente imprescindible abrir los sábados a las ocho de la mañana. Me pregunto dónde estará ahora la gente. Supongo que donde estoy yo a las ocho y cuarenta y tres los días que no trabajo. Y es que hace ocho días que empecé a trabajar aquí - una jornada que ha sumado un total de ochenta y cuatro horas, aunque descansé el domingo pasado - y hace cuatro que sé que esto es una auténtica pérdida de tiempo. Por cierto, si descanso el domingo es porque a mi jefa le caigo bien, pero tengo la opción si quiero de trabajarlos también. Pero ¿quién coño va a querer? Hoy mismo cobraré los ciento cuarenta euros que honradamente he ganado, aunque no cuente las ocho horas de prácticas de mi primer día, ya que gentileza de mi jefa, fue un día para aprender dónde estaban las cosas de la tienda... Luego dimitiré. Tengo un vago plan sobre cómo lo haré, pero que no pienso volver el lunes lo tengo clarísimo. ¡Quiero vivir, joder! Quiero echar un polvo, no caer en la cama directamente en fase REM. Quiero ver la tele y actualizar mi blog, y ver la cara de mi novio, no recordarla. Y quiero salir a la calle a que me den el aire y el sol. ¡Que son doce horas, coño! Si duermes ocho te quedan cuatro para ducharte, comer, desayunar y cenar, cabecear media hora después del almuerzo y hacer vida de pareja. Estos días toda mi vida de pareja ha consistido en quejarme de lo mucho que odio mi trabajo mientras, tumbada en la cama, apoyo la cabeza sobre un hombro que no es el mío y la voz de la televisión se va haciendo cada vez más y más lejana. He trabajado una semana y me despido hoy, porque esto no es vivir ni trabajar. Es ser esclavo, con un horario sujeto a pequeñas modificaciones , avisadas con quizás una o dos horas de anterioridad en el mejor de los casos. Sobretodo me siento esclavizada después de saber, que esta bruja medieval que es mi jefa retribuye a su otra empleada quince euros por cinco horas. Yo cobro veinte por doce horas. Eso me hace sentir que la criada de la señorita Escarlata tenía mejores condiciones laborales que yo. Repito, porque creo que es importante: un mínimo de once horas, sin dar de alta en la seguridad social, obligatoriamente disponible para los cambios de horario o localización - ya que mi jefa o bwana tiene varios negocios - con mis vacaciones repartidas entre los domingos de todo el año, sin festivos, ni puentes ni asuntos propios. Mis expectativas en cuanto a un sueldo mejor solo se verán cumplidas cuando esta señora considere que he hecho crecer las ventas. Señora, ¡que no quiero diez euros más a la semana, que sigue siendo una mierda pa doce horas sin asegurar! ¡Que lo que quiero es vivir! ¡Ah! ¡Las ventas! Cuando trabajo en su panadería pongo tres y cuatro hornos al día y me llora porque se vende poco. Ayer lloraba porque yo fui enviada al kiosco y ella no había terminado de vender el segundo horno.
ESTHER 1 - USURERA 0
Pero si sigo midiendo nuestra relación en este sistema de puntos, he sido su esclava siete días luego:
ESTHER 1 - USURERA 7
Cobrando una mierda,
ESTHER 1 - USURERA 14
y desquiciada por su presencia
ESTHER 2 - USURERA 15
Sin embargo mi dimisión no prevista probablemente la obligará a cerrar uno de sus negocios hasta que encuentre otra mongola como yo.
ESTHER 3 (+1punto extra por satisfacción) - USURERA 15
Además, una vez me acerqué de espaldas a la mesita donde colocó la bolsa de su pan y apenas apoyándome en la madera me tiré uno de esos pedos que huelen a muerte y destrucción.
ESTHER 5 - USURERA 15.
Vale, puede que haya ganado, pero ya no importa. Son las nueve y veinte de la mañana y en menos de once horas expira mi visado de esclava. Y la victoria moral será mía, porque demostraré cuán fantástica soy controlando mis impulsos y no pegándole fuego al kiosco. Eso sí, me han molado unos pendientes. Me los llevo. Y hoy pienso poner un kilo en gomitas.

2 comentarios:

  1. Magnifico.
    Te pido permiso para publicarlo en la página de Facebook Kioscos Cabreados.

    Un saludo desde Alicante

    ResponderEliminar
  2. hola esther soy kioskero si quieres puedes pasarte por el blog de sevilla ruta centro somos todos kioskeros

    ResponderEliminar